domingo, 20 de agosto de 2023

Cerca de la perfección (Lo que solo él puede creer)

Cerca de la perfección (Lo que solo él puede creer)

20230820 (domingo)





Un pintarrón


Es una historia corta sobre un científico de cuarta categoría y profesor mal pagado en una escuela secundaria privada que solía escribir pequeños tratados y artículos científicos, que publicaba en un blog visitado de vez en cuando por pocos lectores. Consideró que esto bien podría ser el resultado de su intensidad de vida, copiosa producción, y abrumadora epistemogénesis. Fue su segunda esposa quien finalmente logró sacarlo de sus senderos fantasiosos. — — Sobre el nuevo teclado de su vieja computadora de escritorio, los dedos de Aurelio Valle volaban ágiles, deteniéndose de vez en cuando –realmente parecía un aporreador de teclados–, para beber rápidos sorbos de su té negro azucarado, enfriado con cubitos de hielo, para comprobar simultáneamente las oraciones recién escritas. Fue en esos momentos cuando en su cara aparecieron sonrisas de satisfacción, y Aurelio también estaba consciente de que el rostro no es solamente un escaparate externo de lo que hay en la mente sino que puede convertirse en una causalidad para mejorar el estado de ánimo (los movimientos de ciertos músculos faciales necesarios para lograr determinados gestos envían señales que viajan a través de los nervios, desde los músculos de la cara hasta el cerebro), lo que hacía repetidamente y le proporcionaba bienestar. En esa soleada tarde de sábado, el progreso era evidente. Mientras por el rabillo del ojo veía rápidamente a través de las cortinas traslúcidas y el cristal de la ventana, algún que otro colibrí que se acercaba al croto de fuego ornamental que su esposa, Irma Fuentes, había plantado en el jardín oriental de su casa. La actitud de completa complacencia no lo abandonó; seguía inmerso en su sensación de triunfo, euforia y efervescencia mental que lo invadía, como valioso y muy superior creador de textos científicos que iluminarían a la ignorante humanidad. Tratados, fórmulas, frases grandilocuentes, explicaciones, lenguaje elaborado y extravagante, todo iba y venía, concatenado párrafo tras párrafo, para formar una unidad exquisita y fabulosamente congruente y ordenada. Su diálogo interno, entre los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo e incluso entre áreas y anfractuosidades de la corteza, fue muy prolífico, como un torrente, la magnificencia de los textos envolventes, el abundante uso de adjetivos y adverbios se deslizaba en un frenesí delirante, como una lluvia de estrellas fugaces, todo indicaba un completo dominio de la sintaxis y revelaba la posesión de un vasto vocabulario. Desechó la tentación de añadir unas pocas líneas de poesía fantástica, algo en lo que no era bueno, y lo sabía. Una tras otra, las hipótesis y hasta las teorías fueron explicadas con gran claridad, con una pureza despreocupada, sin derrochar palabras, según él. En el lado izquierdo del escritorio gris azulado, descansaba un cenicero circular de arcilla, que hacía dos decenios había tomado del buró de la habitación de un hotel Ramada Inn ubicado en Wisconsin que él y su ahora ex esposa Karla Rees habían alquilado. luego de decidir transitar por una carretera innominada para ir a conocer algunas ciudades del Medio Oeste. Allí depositaba las cenizas y ponía a descansar cada cigarro Winston a medio consumir, cuando lo invadían los gratos recuerdos de aquel viaje, que luego tuvo que abandonar, para no desviarse de su fin último: iluminar a los neófitos, a los incultos. Sintió que el tiempo no sería suficiente para expresar toda su exaltada sabiduría, imaginó que la rapidez con la que sus ilimitados recursos intelectuales hacían realidad las ideas inigualables en su prodigiosa mente podría impedirle escribir sus vastos conocimientos e inmarcesibles destellos de sabiduría y conocimiento; erudición insuperable, casi al nivel de un supremo sabio universal transcontemporáneo, pero al mismo tiempo primordialmente perteneciente a siglos futuros. Mientras tanto, su esposa Irma (una de las tres herederas de su padre aún vivo, un gran comerciante de vidrio plano), escuchaba y cantaba canciones mientras realizaba algunas tareas domésticas como lavar los platos y ver hacia dónde caminaba la gata Nikki, una minina, que era de los dos, pero era ella quien la cuidaba y velaba por su comida. Ella ya sabía que no debía interrumpir las importantes actividades de su esposo. La sacra escritura inconmensurable e incomparable de Aurelio brillaba con luz propia, no necesitaba referirse a ningún científico, ya que sus exitosos experimentos le otorgaban la autoridad académica necesaria para no ir a investigar lo que otros habían logrado quizá antes que él. Esa tarde estaba logrando lo increíble, sonrisa tras sonrisa aparecía en su rostro, estaba a punto de llorar, invadido de gratitud al cielo por haberle permitido alcanzar la categoría de genio infalible. "¡Qué belleza estoy logrando, no puedo creerlo!", pensaba, y luego se decía a sí mismo esa frase fantasiosa, cada diez o doce minutos.

De repente se levantó y salió al jardín, donde encendió su cuarto cigarrillo de la tarde, pero apenas lo hubo hecho, volvió raudo al estudio, para seguir tundiendo el teclado.

En su cerebro listo y eficiente, habían surgido otras dos o tres ideas fabulosas y emocionantes, y se apresuró a no perder la oportunidad... de que tal vez fuesen olvidadas para siempre. La humanidad futura habría estado a un tris de perder esa nueva cascada de datos e iluminación.

—"No puedo creerlo, esto es fabuloso", exclamó, mientras levantaba la cara y miraba hacia arriba para ver la luz blanca que emitía el foco ahorrador puesto en el cenit del estudio; enseguida miró hacia abajo para observar el teclado qwerty y las yemas de sus dedos, y luego hizo algunos ejercicios para darle movimiento a los globos oculares. "No puedo creerlo, este prodigioso proceso de frases y párrafos es insuperable, estoy CERCA DE LA PERFECCIÓN. Ahora seré famoso, tal vez hasta deje mi trabajo en esa vieja escuela secundaria, he dejado atrás los misterios, estoy bordeando los terrenos de lo sobrenatural en la ciencia, en la física cuántica... Soy un gran sabio, uno de los académicos más brillantes del mundo en el siglo XXI".

Sonrió, sonrió y volvió a sonreír, inhaló una gran cantidad de humo, lo retuvo durante unos segundos y luego lo despidió con una emoción abrumadora.

De repente, presionó la última tecla de ese día, el último "Enter" en el teclado de su computadora de escritorio.

La mañana del día siguiente, ese domingo de abril, fue subido a su blog el incomparable texto que había escrito la tarde anterior, sábado por la tarde.

Luego, pasaron días y semanas y no pudo leer ningún comentario al final de la página del blog correspondiente. ¿Cómo era posible que nadie apreciara su genio, su afán por difundir la sabiduría y su deseo de iluminar a los que nada saben?

La alegría aparentemente interminable se convirtió en seriedad, luego en desconcierto, incluso en tristeza. Después de visitar su blog una vez más, hizo dos o tres muecas, pero en unos momentos más recordó los ejercicios que le había sugerido su esposa, psicóloga, y comenzó a sonreír y luego a carcajearse. Encendió un cigarrillo y comenzó a fumar con tranquilidad, ahora estaba tratando de averiguar cómo salir de esa situación, de esa tristeza de maestro atado a una escuela, aunque no afectara sus finanzas, o mejor dicho, la economía. del matrimonio, porque la posición financiera de su esposa era boyante, pero él quería ser famoso como un científico avanzado –porque así se consideraba a sí mismo– no tanto como un millonario. Decididamente apreciaría más la fama que la fortuna, pero la primera no llegó.

No se sentía cómodo, no aceptaba que solo pudiera haber dos comentarios –ambos negativos– en esa página de su blog en la que había expuesto sus teorías con tanta brillantez y claridad.

Llegó el día en que por fin se resignó a admitir su gris realidad. Era un lunes por la mañana (22 días después de publicar su deslumbrante entrada en el blog), tomó su maletín, subió a su automóvil Malibú y condujo, fumando, a dar sus clases en la escuela secundaria privada donde había estado trabajando durante seis años. Tuvo que contener su deseo de dejar ese trabajo, y se conformó... accedió a las circunstancias de su gris realidad... dejó de lado su supuesto futuro luminoso, abandonó sus fantasías y finalmente aceptó su existencia tal como venía.

Qué contrastes tiene la vida.

Su esposa lo recibió para almorzar, con un plato de sopa de garbanzos con tocino, tortillas de harina de trigo y una lata de cerveza de raíz (root beer) A&W, mientras él ponía una serie de melodías en el reproductor Bluetooth, comenzando con la Tocata y fuga en re menor, de Bach.

Ante ella y los niños, Aurelio dijo:

"Después de comer, voy a escribir otro artículo. Este será fabuloso y contundente, mi consagración definitiva como científico. Y disfrutaré de la fama".

—Aurelio, despierta de tus sueños de cuento de hadas. O, bueno, si quieres perder el tiempo, vuelve a escribir.

Meditó unos segundos y dijo:

"Tienes razón, cariño, dejaré de escribir tonterías y voy a preparar las lecciones de mañana para mis alumnos de secundaria".

Las sonrisas de todos iluminaron el comedor.

Y así siguió la vida de Aurelio, a veces monótona, pero el aburrimiento se rompía cuando pasaba tiempo con su mujer y sus hijos, la familia, y cuando algún alumno salía con una novedad, ocurrencia, o una fresca, ingenua, o fragante. propuesta académica en el aula...